Bellflower
Una de las películas que mejor sabor de boca me dejó en la pasada edición del festival de cine de Sitges fue Bellflower, el debut en la dirección de Evan Glodell, que también protagoniza la cinta.
Bellflower nos muestra la historia de Woodrow y Aiden, dos amigos obsesionados con la película Mad Max, que deciden construir un coche y armas inspiradas en la película, pero su amistad se vera puesta a prueba con la aparición de Milly, una chica de la que se enamorará perdidamente Woodrow y que trastocará por completo su vida.
El retorcido guión de la película es uno de sus grandes puntos a favor, y aunque en algunos momentos puede flaquear algo en el ritmo para algunos, creo que el resultado final no se ve perjudicado y mantiene enganchado al espectador sin problemas de principio a fin.
Otro de los apartados destacados de Bellflower es la fotografía, con unos colores muy saturados que dan un aspecto visual muy atractivo y que cuadra a la perfección con la historia y la localización.
La banda sonora de Jonathan Keevil ayuda a introducirse en esta obsesiva historia, con canciones que destilan desasosiego y que reflejan el oscuro mundo en el que viven los protagonistas.
Una película que seguro no será del agrado de todos, pero que nos muestra en poco más de cien minutos sentimientos como el amor, el desamor, la obsesión, la amistad y la traición, recorriendo desde los mejores hasta los más bajos y oscuros.
El final sin duda es otro de los puntos impactantes, que a mí me dejo con la boca abierta, y que sin duda eleva a un nuevo nivel la palabra venganza.
Después de leer esta crítica, quizás haya elevado vuestras expectativas y no sea para vosotros la misma gran experiencia que fue para mí, pero sin duda fue una de las mayores sorpresas de Sitges 2011.