
Volveréis
Hay algo casi hipnótico en el cine de Jonás Trueba. Volveréis es otra muestra de su capacidad para capturar esos momentos de la vida en los que todo parece detenerse y, sin embargo, el tiempo sigue corriendo sin piedad. La película es una reflexión sobre el amor, las despedidas y los vínculos que, aunque intentemos romper, siempre dejan una marca. Y lo hace con esa mezcla de naturalidad y artificio marca de la casa, donde los diálogos parecen improvisados, pero esconden una precisión quirúrgica.
Trueba construye aquí una historia sencilla, casi mínima, pero llena de emociones contenidas. Sus personajes hablan, dudan, recuerdan y vuelven sobre sus pasos, atrapados en la nostalgia de lo que fue y en la incertidumbre de lo que vendrá. Es una película sobre el adiós y la posibilidad (o imposibilidad) de volver, con una puesta en escena que huye de cualquier dramatismo fácil y apuesta por la sutileza. Y ahí es donde radica su mayor virtud: en su capacidad para emocionar sin necesidad de grandes gestos.
Eso sí, Volveréis también tiene esos momentos en los que parece estar demasiado enamorada de sí misma. Hay diálogos y escenas que rozan lo pretencioso, como si la película se escuchara hablar y se gustara demasiado. Pero lo curioso es que, si no fuera así, tal vez perdería parte de su encanto. Porque esa autoindulgencia forma parte de su esencia, de su forma de capturar las contradicciones humanas, donde podemos ser lúcidos y ridículos en la misma conversación.
Al final, lo que queda es la sensación de haber asistido a algo íntimo y universal a la vez. Un retrato de las despedidas que todos hemos vivido y de esas relaciones que nunca se cierran del todo. Puede que Trueba juegue demasiado a ser Trueba, pero si el resultado es una película como esta, bienvenida sea su melancolía.